sábado, 9 de abril de 2011

giants-cardinals

Ayer arrancó la temporada 2011 de la Major League Baseball, la máxima categoría del béisbol estadounidense. Los actuales campeones, los ‘Gigantes ‘(Giants) de San Francisco, se enfrentan a los ‘Cardenales’ (Cardinals) de St. Louis (Missouri) en su primera serie (la liga consiste en series de tres o cuatro partidos en días consecutivos contra el mismo equipo). Se juega en el AT&T Park, la casa de los ‘Gigantes’ desde el año 2000.


El partido de hoy era el más especial de la temporada porque, antes del comienzo, se celebraba una ceremonia en la que se hacía entrega de los anillos a los campeones. Las barras y las estrellas, como dondequiera que vayas aquí, siempre protagonistas. Da gusto ver cómo la gente se enorgullece de su bandera. Puedes llevarla a cualquier sitio sin que ningún ignorante te increpe por ello. Qué envidia.


El ‘pre-game’, que es como llaman aquí a la previa de los partidos, no es muy diferente a lo que estamos acostumbrados: un buen calentamiento en el bar…


y derechos al estadio.


Los controles de seguridad, minuciosos.


Es lo que te encuentras aquí cada vez que vas a acceder a cualquier recinto o edificio: mucha seguridad. Y se agradece, te da tranquilidad. También hay mucha organización en los accesos. Organización por parte de la gente, que hace largas colas que se respetan sagradamente. Les faltarán muchas cosas, pero en modales y educación nos llevan mucha ventaja. Eso sí, en piratería no están muy atrás: los alrededores del estadio estaban llenos de reventas. Aquí los llaman ‘tickets scalpers':


Me he sentido un poco descolocado. Los 42.000 aficionados que llenaban el estadio estaban muy emocionados. Gritos, cánticos, risas, llantos… Yo, por más que he intentado meterme en el ambiente, no lo he conseguido. Lo de la ceremonia me ha cogido algo frío. Y no es de extrañar, el estadio está a la orilla de la Bahía de San Francisco (y yo, como de costumbre, llevaba poco abrigo).


Luego, conforme avanzaba el partido, me iba congelando cada vez más. Estoy seguro de que si lo entiendes bien y lo has jugado durante años, el béisbol puede ser un deporte apasionante. Pero no es mi caso. Jugué un par de veces en el colegio, y jamás había visto un partido. Ni siquiera en la tele. 



He ido con Jose Luis Contreras, unos de los grandes amigos que he hecho en California durante este tiempo. Es mexicano. Aquí es difícil no tener un mexicano en tu vida.  Hay muchos. Su tía trabaja en para los ‘Gigantes’, así que nos dio unas invitaciones. Es el mexicano más blanco que he conocido. En un evento que tuvimos hace poco en la universidad, una de las organizadoras le dijo: “Lo siento, Jose, pero al final no vas a ser tú quien lleve la bandera de México para la ceremonia. Eres demasiado blanco para representar a los mexicanos”. A él no le hizo ni pizca de gracia, y todavía se ‘pica’ cuando se lo recordamos.


Contreras me ha explicado cómo funcionaba el juego pero, aun así, me ha parecido aburrido. Es un deporte lento, pausado. Pero eso no quiere decir que no me haya divertido. Me lo he pasado muy bien, aunque no con el juego sino con el ambiente. A la media hora de empezar nos hemos subido a la zona de los palcos, cristalizada y con calefacción, a ‘disfrutar’ el partido desde allí: perritos calientes y patatas con ajo para cenar, gente de toda clase para hablar y entretenerte, y cerveza Budweiser para que no se reseque la garganta. Allí, el partido es lo de menos. Aun así, el final ha sido alucinante. Yo no me he enterado de mucho, pero lo he disfrutado como nadie. Era la última bola y a los ‘Gigantes’ solo les valía un ‘home run’ (batear la pelota fuera de los límites de campo) para ganar. Cuando estaban a punto de conseguirlo, un jugador rival ha atrapado la bola, y todo el mundo se ha echado las manos a la cabeza. Pero un segundo después, al caer del salto, se le ha resbalado la bola de las manos y ha caído fuera de la línea. Todo el mundo se ha vuelto loco. La gente me abrazaba. Todos se abrazaban. Fuera, los periodistas retrasmitían la fiesta en directo desde un plató portátil a las puertas del estadio.


No sé si algún día volveré al AT&T Park. Si me garantizan la merienda y la emoción del final del partido de hoy, lo haré las veces que haga falta.